By: Marcos Moreno Baez

La distancia geográfica y sociocultural que separa a las fronteras norte y sur de México es yuxtapuesta a raíz de los flujos migratorios que las atraviesan, al llevar consigo realidades crudas e inexorables devenidas de situaciones como la inseguridad y la pobreza extrema.

Tal es el caso del flujo proveniente de Centroamérica y en particular del Triángulo Norte (Guatemala, Honduras y El Salvador), un área azotada precisamente por ambos problemas y que ha originado que desde 2010 el ingreso de centroamericanos se haya cuadriplicado.

Las historias fotográficas imprimen el mismo patrón de angustia, miedo y desolación que el resto de los miles de migrantes que atraviesan nuestro país; al mismo tiempo reflejan su sagacidad, audacia y fuerza de voluntad que los empuja a salir de sus hogares, junto con una mochila que contiene una botella para el agua, tres cambios, un teléfono y, en el mejor de los casos, dinero para llegar al lugar de destino.

Estos personajes reales, de nombres ficticios, representan las mismas historias que se han vuelto ordinarias debido a su cotidianeidad y que en ocasiones genera una suerte de asimilación social tácita, pero sin rumbo ni orden.

Sin embargo, la fuerza y entereza reflejada en estos personajes, si bien devenidas de una desesperación desgarradora, ayuda a explicar en parte por qué el migrante es un agente de desarrollo y no de retroceso para las comunidades receptoras.